viernes, 7 de enero de 2011

La segunda vida de las flores

Dicen en Japón que algunas plantas tienen dos vidas: la que les dio la naturaleza y la que les concede el ikebana, el antiguo arte de hacer composiciones florales. Seis siglos después de su nacimiento, sigue siendo seña de identidad de la cultura nipona.
El objetivo es transmitir equilibrio y armonía con combinaciones de ramas, hojas y flores de todo tipo. El origen de esta práctica no está del todo claro. Se cree que, antes de la llegada del budismo, los fieles sintoístas ya utilizaban las flores para acompañar sus oraciones porque creían que tenían el poder de hacer, de algún modo, revivir las almas de los fallecidos.

También los monjes budistas hicieron posteriormente este tipo de arreglos naturales en Japón, con flores que disponían cuidadosamente en las ofrendas a las almas de los fallecidos. Ello dio al ikebana un carácter espiritual que mantiene hasta hoy.
Aunque con raíces en el siglo XIV, los primeros estilos clásicos reconocidos surgieron en el siglo XV, cuando los arreglos florales comenzaron a reconocerse como un arte independiente al margen de su utilización en la religión. Pese a ello el ikebana mantuvo su dimensión simbólica y filosófica, y de hecho sus primeros profesores y estudiantes eran sacerdotes o miembros de la nobleza japonesa.

La primera escuela reconocida de ikebana fue la de Ikenobo, fundada por un monje budista de Kioto, Ikenobo Senno, especializado en las composiciones florales que adornaban los altares.

Con el paso del tiempo surgieron diferentes corrientes y el ikebana se convirtió en un arte reconocido en todas las esferas y jerarquías de la sociedad nipona.

En la actualidad hay muchas escuelas de ikebana, con estilos diferentes pero algunos rasgos comunes. La mayoría pone el acento en el ritmo, la línea y el color, y sigue unas pautas fijas: además de flores se puede utilizar cualquier material vegetal, desde ramas a hojas, raíces o frutos. Las hojas de colores extraños, semillas y brotes pueden ser tan valiosos como las flores. Y un trabajo puede estar compuesto de uno o muchos materiales, aunque la selección de cada uno requiere de un ojo experimentado.

"Somos muy conscientes de que la flor muere en el momento en que es arrancada. El ikebana la hace revivir", explica Itoh Teika, artista de ikebana contemporáneo en Tokio. Las obras de esta maestra van mas allá de los arreglos aparentemente sencillos colocados en jarrones.

Con hojas multicolores, ramas secas e hilos transparentes, Itoh Teika es capaz de transformar una sala de exposiciones en un lugar envuelto por la naturaleza, con cientos de hojas aparentemente suspendidas en el aire como si de una lluvia vegetal se tratara.

Aunque crear una composición puede llevarle semanas, ella es muy consciente de que se trata de arte efímero. "Pueden durar entre una semana y un mes", detalla. Para sus creaciones, elige flores duraderas o las seca para utilizarlas en la composición.

El ikebana contemporáneo de Itoh bebe de la escuela Ohara, nacida a principios del siglo XX. Su fundador fue Unshin Ohara, un escultor de Matsue, en el oeste de Japón, que buscaba nuevos medios para expresar la belleza de lo natural. Sus técnicas innovadoras dieron lugar al llamado "Moribana", literalmente "flores apiladas", que marcó el inicio del ikebana moderno.

"El tipo de flores depende de la estación; normalmente son de época, y las elijo en función de la escultura en la que vaya a trabajar", detalla Itoh, mientras observa cómo media decena de sus alumnas colocan flores cuidadosamente en su taller de Tokio.

Entre sus aprendices está Haruko Hamada, quien se dedica a crear composiciones florales basadas en el ikebana contemporáneo para decorar desde galerías de arte a escaparates o todo tipo de eventos. "Se trata de crear espacios. Mientras en Europa, por ejemplo, los arreglos consisten en rellenar recipientes con flores, en el ikebana el objetivo es crear espacios nuevos", señala Hamada,

"Es de alguna manera un modo de crear aire", dice por su parte Teika Itoh, que con motivo de la Expo de Zaragoza en 2008 expuso en el Instituto Cervantes de la capital nipona una enorme esfera, hecha con ramas y flores, que ocupaba una gran sala. "Lo que se busca es crear un encuentro con la naturaleza", subraya.

En las últimas décadas el ikebana ha tomado innumerables caminos, desde los que siguen al pie de la letra la antigua tradición hasta los más modernos, especialmente porque "ahora se consiguen en Japón flores que antes no había, hay más variedad", añade Itoh.

Aunque el ikebana se contemplaba hasta hace poco como un arte femenino -hasta 1960, de hecho, se consideraba que era algo que todas las mujeres debían aprender antes del matrimonio-, cada vez hay más hombres que se dedican a ello. Y, al contrario de lo que podría parecer, el frenético ritmo de la vida urbana ha hecho que haya más gente que se vuelque en este arte."Buscan el retorno a la naturaleza como vía de evasión del cemento, de lo urbano", asegura Itoh.


DESTACADOS:

- El objetivo es transmitir equilibrio y armonía con combinaciones de ramas, hojas y flores de todo tipo. El origen de esta práctica no está del todo claro. Se cree que, antes de la llegada del budismo, los fieles sintoístas ya utilizaban las flores para acompañar sus oraciones.

- Con hojas multicolores, ramas secas e hilos transparentes, Itoh Teika es capaz de transformar una sala de exposiciones en un lugar envuelto por la naturaleza, con cientos de hojas aparentemente suspendidas en el aire como si de una lluvia vegetal se tratara.

- Aunque el ikebana se contemplaba hasta hace poco como un arte femenino -hasta 1960, de hecho, se consideraba que era algo que todas las mujeres debían aprender antes del matrimonio-, cada vez hay más hombres que se dedican a ello.

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